viernes, 9 de julio de 2010

Cursilería

La delicia monstruosa
que dibujan tus pestañas,
acostumbradas a un llanto seco
descolorido y blanquecino
son una de las cosas que perturban cualquier inteligencia como la mía.

No obstante,
escribirte es casi tan doloroso
como tus ojos puestos en el cielo.

El eco de mi mentecita de niña bien,
me dice que lo que quiero es imposible,
contigo lo es
(no por mi, eso es claro).
Lo quiero todo,
pero tu boca de celofán es casi tan imposible
como la desaparición de mis lunas plateadas
cada noche en tu recuerdo.

No me lo imagino de nadie más,
no lo quiero de nada.
Y te dibujo dentro de una ventana
donde el horizonte es tan oscuro como el día
en que no te vi.

Me siento y repito: todo se acaba.
Pero la bendita esperanza regresa
Una,
Dos,
Cinco mil ochocientas trece veces más,
y continúa como un intruso inverosímil
con una promesa quebrantable,
y un deseo incumplido.