jueves, 15 de octubre de 2009

She

Me dije:
¡Silencio!
¡Shhhhhhhhh!
pero esas dos palabras se repetían,
una y otra vez.
Como martillazos inconfundibles,
como un placer desquiciante,
porque quería seguir oyéndolas.

ESQUIZOFRENIA?
tal vez era solo atracción.

Pero yo seguía mirando de reojo.
por el rabillo del ojo primero,
después ladeé un poco el rostro por que apenas distinguía la forma de su cara.
Hasta que descaradamente me volteé hacia él.
Lo miré harto rato,
por si se daba cuenta.

Y las dos palabras se seguían mezclando
en mi conciencia,
como agujas me pinchaban el cerebro,
provocando espasmos eléctricos.
Esa corriente llegó a mi lengua.

Una estatua frente a otra inmóvil,
por que el chiquillo parecía muerto.
pero era un muerto atractivo.
Como el de García Márquez.

Y no dije ni pío.
y esas dos martillantes palabras se repetían.

Pasó como una hora
y yo tenía los dedos sobre mi boca.
Le eché otro vistazo.
Seguía ahí, tan tieso y atractivo como al principio.

Dos palabras taladrando...

Y me escocían los ojos de la rabia
porque no podía decirle nada
y las dos palabras se tropezaban en mis labios.

El se dio vuelta, se acercó un poco
me miró con fuerza a los ojos y dijo:
¡Dilo de una vez!

Dilo de una vez...
me repetí.

¡ME VOY!

Y las dos palabras explotaron en mi cabeza,
como mi cara cuando su puño tocó mi mejilla.

sábado, 3 de octubre de 2009

Árbol

Ha crecido un árbol en medio de la pared,
sus grandes ramas avanzan
de manera invasiva
por todo el cuarto.

Cada ramita lleva un pequeño brote verde
y en la punta una flor blanca.
Su perfume,
estremece.

Una mezcla de azahar,
jazmín y violetas:
irreproducible,
único.

Dos pequeñísimos ojos se asomaron,
detrás del tronco.
una manita se extendió
hacia la copa.

Allá arriba,
en cunclillas,
un delgado y moreno niño
asecha cada movimiento de mi cuerpo.

Inhala y exhala de manera ruidosa
formando una armonía
con mi corazón roto,
sonoro y tembloroso como un tambor.

Me acerco despacito,
escalo con cuidado el tronco rugoso
hasta llegar a la rama más ancha,
donde el joven se mantiene agazapado.

Sus dedos tocan mi rostro,
su calido tacto
olía:
Azahar, jazmines y violetas.

Era su perfume el que ahogaba,
era su existencia inconfundible.
El árbol no era más que su transporte.
Y el hombre me miraba.

En silencio, como en un principio.
Tome una flor,
la puse en sus manos.
De él desprendió un nuevo perfume: oscuro.

Me puse en pie y decidí retirarme.
Una mano me retuvo.
Inmóvil,
acepté.

Nos miramos,
poco a poco el brillo de sus ojos
murió,
cerré los ojos.

No soporté la muerte de su respiración.
Abrí los ojos.
El árbol se había ido.

El aroma: Azahar, jazmín y violetas,
brillante.
Se extendía,
iba y volvía.